viernes, 4 de febrero de 2011

Manuscrito de Pablo Paillalef

MANUSCRITO DE DON PABLO PAlLLALEF [1]
Algunas costumbres interesantes y páginas de historia neuquina narradas por un aborigen

No estaría completa la presente obra [“El tronco de Oro” de Gregorio Álvarez] si no llevara como broche final dándole un sello de autoctonía, el trabajo de mi paisano y amigo, don Pablo Paillalef de Piedra Pintada (Neuquén). Es un trabajo original e inédito, que confió a su amigo dilecto, el R.P. Oscar Barreto, quien, a su vez, me lo ha transferido con el fin de lograr su publicación.
Don Pablo Paillalef es un paisano inteligente de unos setenta y cinco años de edad, descendiente de araucanos, comprensivo, cordial, generoso y hospitalario. Está orgulloso de su progenie, de sus tradiciones, creencias y costumbres y lamenta que algunos escritores no le hayan dado importancia a la investigación desapa­sionada de este legítimo acervo. Por ello, y consciente del valor documental de esta contribución, es que no oculta su aspiración de verla publicada. La condición que impone para ello es la de respetar su redacción, su contenido, estilo y demás, aún comprendidas sus faltas de ortografia y de redacción. Hay que tener presente que Paillalef sólo ha concurrido a los grados primarios de la enseñanza, pero, como se verá, ha aprovechado bien el tiempo. Revela condi­ciones extraordinarias para la asimilación a lo que se agrega el importante valor documentario para lo referente al etno folklore de la provincia del Neuquén.
He conversado personalmente con don Pablo y me ha ratificado la autorización. Los lectores sabrán valorar y agradecer el regalo de este trabajo. (…)  
Gregorio Álvarez


INTRODUCCIÓN

Esta es la primera remesa que le envío de los datos histórico del aborigen araucano: reservando las más absolutas veracidades en cuanto a mi extinto padre (q.e.p.d.) era un libro histórico que supo distinguirse por su talento entre los caciques de más alta reputa­ción, auténtico conocedor de las cosas antiguas, que pasó a la eter­nidad a la edad de ciento diez años (quizás más), estando a mi lado y que lo asistí hasta el último día de su vida con corazón de hijo; me queda el orgullo y la satisfacción de no haber sufrido ni el menor padecimiento a pesar de su tan avanzada edad y es cuando uno necesita más humanidad. A él se le debe la historia que publico.
PABLO PAILALEF


CAMARRICÚN o GUILLATÚN ROGATIVA INDÍGENA

La ceremonia que nos acostumbramos a celebrar periódica­mente, es tradicional por nuestros abuelos que todavía perdura en las tribus pero no tan concertado en la súplica como lo hacían los antecesores. Se realiza de la siguiente forma:
El día de la celebración del Camarricún, es el mismo día fijado por los primitivos caciques, si actualmente por cualquier causa se desea alterar ese día se debe comunicar con antelación a Futa Chau (grande padre) o si no incurre en falta y es castigado.
El lonco (cacique) con suficiente días de anticipación, circula aviso a toda su tribu en donde la concurrencia se le hace saber el día del Guillatún y que nadie debe faltar a ese deber; al mismo tiempo se designan delegaciones para invitar a otros lonco en prueba de mutua ayuda y para dar mayor realce a la fiesta. A los caciques por invitación especial se le suministran todos los alimentos necesarios y su comitiva. Llega el sagrado día del Camarricún, lo primero que se hace es: llegar al lugar ya elegido para ese fin, izar dos banderas, una en cada colihue o caña, de color amarillo y otro azul; amarillo significa sol y azul cielo, y si hay árboles nuevo verdoso, todos éstos se plantan en hileras a unos quince metros de distancia en donde se aposenta la reunión; no olvidemos que el pabellón argentino flamea en el medio. Consecutivamente se entresacan dos muchachos de 15 a 17 años, los sobresalientes de la tribu como de buen corazón y simpático, al que se le da el nombre de Pihuichén, y dos chicas más de la misma fisonomía y carácter, exclusivamente para servir a los Pihuichén, que no tiene que intervenir en ninguna otra cosa más; otros dos muchachos más, destinados únicamente para ensillar y desensillar los caballos que montan los Pihuichén. Esta es la forma­ción y la base principal del Camarricún.
Los Pihuichén son excelentemente ataviados la cara y los ojos con pintura natural, blanco y rojo, lo mismo los caballos que montan de pelo alazán y blanco, atada la cola del animal con una fajita labo­reada y otra faja más ancha laboreada puesto al pescuezo con varios cascabeles colgantes. Terminado estos preparativos, el cacique invita a la concurrencia a arrimarse al lado de las banderas para iniciar la rogativa con muday, chicha que se elabora del guilliu (piñón), del michi (frutas del molle), del quellén (frutilla), del quineu (frutas de zarzaparrilla), de manzana silvestre y quetrán (trigo), depende según la costumbre del lonco. Correctamente formado dentro del más estricto respeto y humildad, con la cabeza descu­bierta e incado de rodillas primero, y después de pie, tomando cada uno un platito de madera o jarrita conteniendo muday con manojito de pasto verde salpicando hacia el cielo, ruegan en alta voz a Futa Chau para el bienestar colectivo, suerte y les perdone las faltas cometidas involuntariamente. Esta imploración se repite dos veces al día, de mañana y de tarde.
Ahora se hace el ahún: es dar vueltas alrededor de donde está la aglomeración de la gente o sea el campamento. Los Pihuichén hacen de punteros seguidos por el cacique y sus capitanejos o ayudantes, también la concurrencia, formando de a cuatro, hasta completar las cuatro vueltas.
Lleguemos ahora al loncomeo como lo califican los huincas, su verídico nombre es puel purrún (puel, naciente; purrún, baile); a cada uno de estos danzantes se le da el nombre de treguel (tero), nacida esta denominación porque el tero, cuando alguien se apro­xima a él o va pasando, hace en forma de saludo con la cabeza y ése es el origen, porque el bailarín treguel hace distintos contorsiones con la cabeza y pie mientras está bailando.
La cuadrilla se compone de cinco hombres semidesnudo pintado la parte descubierta, cara, brazos y pantorrillas, la cabeza adornado con plumas de colores firmes y atrayentes, y al son del cultrún (tambor hecho de madera y forrado con cuero), se entregan a su cometido; el puntero es el sobresaliente en su habilidad para que lo imitan los que lo siguen o aprendan, cada uno de ellos le corresponde un toque pero distinto y dan vueltas alrededor de las banderas; mientras están en pleno baile, las señoras y señoritas en grupo, le entonan un canto, llámase tayil según el nombre de cada uno, de ahí nace la entonación o sea el tayil, que le dan el nombre de quempell; a la señora más experta en la profesión se le encarga para que dirija el tayil porque no deja de ser menos delicado.
Todos los ya anotado se procede de la misma forma sea cual fuere la duración del Camarricún que por lo general es de tres días y en números pares porque jamás es bueno hacer none. El lugar que se eligió debe ser lo más pintoresco posible y que no se abandona un segundo bien venga el mundo abajo. Las músicas se empleaban eran: la pifillca, hecho de madera calada y orificio en la parte supe­rior de unos 25 a 30 centímetros de largo; trutruca, de unos cinco metros, de caña partido, se saca lo de adentro quedando hueco, se hace nueva unificación retobándose con tripa y en una de la boca más ancha se injerta una asta de vacuno para mejor sonoro: ñoll­quín, de dos brazadas más o menos del mismo material y construc­ción que la trutruca pero de una voz más finas, que es muy armo­nioso al tocar en conjuntos.
En la noche del Camarricún muy escasa hora se dormía, emple­ándose los más de la noche pronunciando grandes coyautún y huehupín (ambos parlamentos) a quien más inteligente, más desen­vueltos, mejores voces, insinuándose a mantener la unión, paz y mutua ayuda lo que sería largo enumerar.
 
 


[1] Extraído de Álvarez, Gregorio El tronco de Oro, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1994